Luis Alberto Lacalle (1941.2004, 2007-...)
En Octubre de 2004 Luis Alberto Lacalle era un cadáver político. Había llevado al Partido Nacional a la peor votación de su historia en 1999, hecho campaña infructuosamente contra la derogación de la ley que permitía la venta de acciones de ANCAP a privados y perdido las elecciones internas de su partido de manera humillante contra el entonces intendente de Paysandú Jorge Larrañaga. Estaba además rodeado por acusaciones de corrupción sembradas por su antiguo aliado Juan Andrés Ramírez y era asociado con las políticas de ajuste fiscal, atraso cambiario e irresponsabilidad general de los '90 que habían llevado al país al abismo en 2002.
Habiendo perdido la Presidencia del Honorable Directorio del Partido Nacional y teniendo que disputar el liderazgo del herrerismo por figuras mas jóvenes y moderadas como Juan Chiruchi y Carmelo Vidalín, Lacalle parecía condenado a llamarse a silencio y transformarse en un digno y discreto estadista, imitando a Julio María Sanguinetti y Jorge Batlle.
La espectacular vuelta de Luis Alberto nos demuestra que el milagro de la resurrección es posible, aún en estos tiempos de cinismo y apatía. El Retorno del Cuqui fue impulsado por una impecable política de alianzas, una gran pericia en el manejo de los medios y una campaña electoral y publicitaria de una calidad sin precedentes. Como buen milagro moderno, más que un milagro de Fe, fue un milagro técnico.
La campaña giró alrededor de 3 ejes fundamentales: Un tono sereno, conciliador y experiente en contraposición a los emocionados gritos wilsonistas de su rival; Una polémica directa con el Presidente Tabaré Vázquez, dando “la otra campana” donde quiera que fuera el Presidente, reduciendo por tanto al Senador Larrañaga a buscar prensa interpelando Ministros; y una estética minimalista, donde predominaban pocos colores, palabras felices, formas redondas y grandes superficies vacías, transformando al Cuqui en el iPod de los políticos.
Esta imagen caló hondo en la juventud blanca, proveniente de los estratos altos de la sociedad -y por tanto permeables al mensaje del iPod- y dispuesta a movilizar sus cuentas de facebook, camionetas 4x4 y contactos en el submundo del pop latino local para crear canciones que captaran la atención de mas oleadas de jóvenes blancos. Este poder militante fue aprovechado al máximo en lo que es probablemente el primer intento exitoso de movilizar votantes jóvenes a través de Internet en el Uruguay.
El gran carisma televisivo de Lacalle, su pícara y fotogénica sonrisa y su altísimo presupuesto publicitario lo llevaron al primer plano de la escena política nacional, transformándolo en el principal rival del favorito a ganar las generales José Mújica y haciendo acordar a las grandes figuras de la nueva y exitosa derecha europea, aunque manteniendo (a través de su cuidadosamente publicitada lesión) una imagen de hombre de familia que sus correligionarios Berlusconi y Sarkozy no pudieron mantener.
Esta derecha se caracteriza por tener estructuras militantes laxas y jóvenes, el reciclaje continuo de viejos dirigentes y un manejo extremadamente hábil de la mass media acompañado de una camaleónica flexibilidad ideológica que hace guiños desde la centro-izquierda hasta la derecha mas recalcitrante. El carácter fraccionalizado de los partidos, e incluso de los sectores de los partidos uruguayos permitió llevar adelante esta estrategia, a través de la creación de sectores y listas “especializadas” en diferentes grupos de votantes: Vidalín para cierto populismo campechano, De Posadas para la derecha tecnócrata, Gallinal para el centro wilsonista y Heber para cuidar del electorado herrerista tradicional.
Lamentablemente para Lacalle, esta flexibilidad ideológica contrasta con el carácter ortodoxamente derechista y neo-liberal del gobierno presidido por él entre 1990 y 1995. En ese gobierno se disolvieron los Consejos de Salarios (órgano estatal de negociación colectiva de salarios y condiciones de trabajo), se ignoró el tema de las violaciones a los Derechos Humanos como en ningún otro período, se prohibió la entrada de nuevos funcionarios al Estado, se intentaron privatizar las empresas públicas y se llevaron a cabo algunos de los ajustes fiscales mas abruptos de los que haya memoria.
Al igual que Alan García en Perú, Lacalle argumenta que no es el mismo de los '90 y que aprendió de sus errores, prometiendo por ejemplo no volver a disolver los Consejos de Salarios. La comparación García no es totalmente justa, ya que el gobierno del Cuqui no fue considerado un fracaso en su tiempo, por más que no lograra que su partido renovara el mandato. Mucho más pertinente es la comparación con su par argentino Carlos Menem.
Co-fundadores del Mercosur, ambos mandatarios presidieron sobre “la edad del microondas” de sus respectivos países, en la que el consumo las importaciones y el PBI crecían, mientras las cifras de empleo arrojaban resultados mediocres. Como es bien sabido, la burbuja de los '90 explotó de manera tan cruel como espectacular a principios de esta década, reduciendo (con cierta ironía) a su mínima expresión a los tradicionales rivales de sus partidos (la UCR en la argentina y el Partido Colorado en Uruguay).
Aprontándose para una contundente victoria en las internas del 28 de junio, Lacalle intenta hacer olvidar sus culpas en la debacle, su derechismo ortodoxo y los escándalos de corrupción que lo atormentan, para convertirse por segunda vez en el presidente más joven de la historia de Uruguay, con tan solo dos años de edad, luego de su renacimiento político.
Les voy a dejar de links unas paginas de Lacalle, a mi gusto las mas representativas de lo que Gabriel hace alusion...listas claras, logos redondos y simpaticos.