No hace mucho, después de largas discusiones familiares, advertencias, quejas y reclamos (especialmente por el tema "estudios"), me fui a recorrer mi país.Me cargué una mochila gigante en la espalda, una carpa, una bolsa de dormir, mi equipo de mate, 1000 pesos en el bolsillo y me fui.
La idea era, en un viaje 100% gasolero, ir laburando de lo que pintara, y así recorrer todo. Como suelen decir, ir "de Usuahia a la Quiaca". Empecé por el norte. Pero en el norte me quedé.
No visité los hermosos lagos del sur, no esquié en sus cerros nevados, no me deleite con sus tazas de chocolate caliente ni paseé por sus bosques de pinos. Me quedé recorriendo todo el norte y países limítrofes del mismo. Para horror de mi madre: siete largos meses.
Los recuerdos que tengo de esa estadía (hermosa, sin lugar a dudas) son muchísimos. Conocí gente maravillosa, historias de vida impensadas, rostros inolvidables y una humanidad pura y genuina, inimaginada, en nuestro mundo actual. Sin embargo, el norte argentino duele.
Para visitar Bolivia, desde Jujuy, simplemente tenía que cruzar un puente. Caminando, como si de un barrio anexo se tratara. Mientras yo cruzaba ese puente, en ese mismo lugar había aproximadamente 10 nenas (repartidas de punta a punta), que no tenían más de 12 años. Y ahí estaban. En un puente que une dos ciudades. En un puente que une dos países. Expuestas a ser alejadas de sus casas y no ser vistas nunca más. Pero lo más desgarrador no fue eso, sino escuchar cuando una de estas nenas ofrecía sus servicios sexuales a cambio de un sandwich de milanesa que vendían en un puesto, uno metros pasado el puente, a un valor de 1 peso argentino.
Después, en el lugar donde me hospedaba, me contaron que sí, que todas esas nenas que yo había visto están ahí de lunes a lunes por la misma razón. Tienen entre 10 y 12 años. Y tienen hambre. Mucho hambre. Hambre del que mata. Hambre del que no deja pensar. Hambre del que duele. A ellas. A mí. A todos.
Los datos oficiales, que miden la mortalidad infantil en 12,9 por mil nacidos vivos contrastan con el reciente informe de Unicef: 14 por mil. En el país más de seis millones de chicos viven en la pobreza y la mitad de ellos pasa hambre. En el país de las espigas de oro, 25 niños mueren por día antes de cumplir un año.
En la madrugada del 11 de diciembre de 2008, un cartonero encontró el cadáver de un niño de tres años mientras hurgaba en un contenedor del barrio porteño de Constitución, a menos de dos mil metros de la Casa de Gobierno. El cuerpo estaba envuelto en una frazada y presentaba fuertes signos de desnutrición. Según informaron las fuentes de la investigación, en los días posteriores al hallazgo no se registraron denuncias sobre la pérdida del niño lo que hacía suponer que había sido depositado en el basurero por algún familiar o conocido.
Un día después de que apareciera el cuerpo sin vida de este niño sin nombre, desapareció la "novedad" de los medios.
Dos semanas después, una organización no gubernamental del Partido de La Matanza (Gran Buenos Aires) denunció que en el Mercado Central, más de 200 chicos de entre 8 y 13 años se prostituyen para poder comer. Según la denuncia, entre los que obligan a los niños a vender su cuerpo por comida, hay policías, changarines, seguridad privada, comerciantes, camioneros y directivos. El Mercado de La Matanza, principal centro comercializador de frutas y verduras del país, abastece a más de 11 millones de personas.
En la Ciudad de Buenos Aires, la tasa de mortalidad es de 8,3 por mil nacidos vivos; incluso en la orgullosa, rica y poderosa Capital Federal, el índice supera al de Cuba. Mientras que según datos oficiales la tasa nacional ha descendido, en la provincia de Buenos Aires, la más rica del país en términos económicos y productivos, la mortalidad infantil ha pasado de 12,5 en 2006 a 13,5 en 2007. En esta provincia, donde se tira una semilla y crece, durante 2006 murieron 3.280 bebés menores de 1 año y en 2007, 3.531: 10 bebés por día.
En la provincia de Formosa, las familias de 24 bebés por mil nacidos vivos los entierran antes de poder festejarles su primer año de vida. En Chaco mueren 18,9 bebés y en Misiones y Jujuy la tasa se eleva a 17 por mil, siempre según datos oficiales.
A fines de 2008, el Gobierno nacional anunció una disminución en el índice de pobreza del 23,4% al 20,7%. Los ocho millones de pobres de los datos oficiales contrastan con los 20 millones de argentinos que según diferentes estudios privados viven bajo la línea de pobreza. La diferencia en el cálculo se explica: para el gobierno la canasta básica de alimentos es de 978 pesos; para los estudios independientes, asciende a los 1.400.
Argentina produce alimentos suficientes como para dar de comer a varios cientos de millones de personas, posee un alto índice de PBI per capita y un elevado desarrollo científico-tecnológico. En las entrañas de su tierra hay petróleo, gas, oro y plata. El acuífero Guaraní, compartido con Brasil, Paraguay y Uruguay, es una de las reservas de agua potable más importantes del mundo.
En Cuba, pequeña isla ubicada en el medio del Caribe, a expensas de los huracanes y el mal clima donde no crece más que la caña, la mortalidad infantil es de cinco por mil nacidos vivos. Igual al de Canadá e inferior al de Estados Unidos (siete por cada mil), el índice cubano se sostiene pese al bloqueo que lleva casi tantos años como los que acaba de cumplir su revolución.
963 millones de personas tienen hambre en el mundo.
En nuestro mundo, en nuestro país.
En este sistema capitalista,
en el que todo sobra,
hasta los seres humanos.